martes, 14 de octubre de 2014

Los premios y los castigos ¿Educan?


Si le decimos a un niño: “Si le das un beso a la abuela te doy un caramelo” o “Si no tomás la leche, no salís a jugar con tus amigos”, estamos forzando acciones o conductas que no serán espontáneas, sino impuestas. La voluntad autoritaria de uno sobre otro, aunque parezca que da resultados, no ayuda en la construcción de la personalidad del niño/a, o adolescentes. Sólo establece un vínculo de dependencia.  El niño/a o adolescente que sólo es obediente, puede parecer un modelo, pero cuando desaparece el encofrado que lo sostiene, se derrumba. Como nunca decidió, como nunca pudo elegir  qué hacer y  qué no hacer, su capacidad de elección es débil o casi inexistente. Construir  una personalidad implica que haya control.

Pero es muy distinto el resultado si el control es de uno mismo, autocontrol, o si lo ejerce otro desde afuera. El que es dueño de sus acciones es fuerte y hace crecer su autonomía. El otro, es débil y es arrastrado por uno que se le impone. ¿Es un llamado a la desobediencia? ¿Qué es ser obediente? Si vamos a la etimología de la palabra, vemos que viene de “obndiens-tis” que significa “el que escucha”, y por extensión, “el que acepta consejos”. El obediente escucha y hace lo que cree que tiene que hacer. Si acepta el consejo es porque confía en el que se lo da. La confianza es básica.

Y aquí retomamos el tema de premios y castigos. El amo es el que premia o castiga porque es amo, u obra como amo. El educador, sea padre, madre o maestra o guía, acompaña fundamentalmente, dando ejemplos de vida. No impone, propone. Habla, dialoga, da consejos, trata de convencer, no pretende coartar la libertad del niño/a o adolescente, sino que busca que piense, que sea crítico antes de elegir.

Lo dicho, no niega el estímulo. Todos necesitamos estímulos y rechazamos los castigos y las exclusiones, aunque sí, podemos aceptar que se nos llame a la reflexión por algo que no hicimos bien y no deberíamos repetir. Cuando uno regala algo a un individuo en crecimiento, lo hace desde la gratuidad, no espera nada a cambio, no canjea regalo por conductas. Es una acción desinteresada. 

El adulto que castiga, habitualmente exagera e impone penas desmesuradas porque casi siempre, castigando a otro, descarga sus broncas y frustraciones. El adulto que dialoga y alienta, es alguien que entiende su función de guía o soporte.

Cuando uno castiga, si es sensible, por lo general se siente mal porque pone mal al castigado. Está produciendo un hecho doloroso en alguien que puede ser inocente porque obró con ignorancia o debilidad. Es muy difícil que un niño/a o adolescente, obren con maldad. En ocasiones, la maldad está más en el castigador que en las víctimas.  No seamos censuradores, casi siempre es un oficio de mediocres, seamos educadores que es más digno.

Autor: Alberto Fabián Estrubia