miércoles, 2 de julio de 2014

Editorial - Mayo 2014

Escribo este editorial en el ciclo de días que va desde el 15 hasta el 29 de abril, es decir, desde el eclipse lunar al solar, el primero de los cuales alcanzó la singularidad de mostrarnos una luna roja que, por si fuera poco, emitió un rayo láser de color verde intenso, reconocido por la Nasa como fenómeno real.
En ese mismo lapso de tiempo se produjo en el cielo la cruz cardinal determinada por Urano en Aries, Marte en Libra, Júpiter en Cáncer y Plutón en Capricornio, eventos astronómicos de fuerte carga semántica astrológica.

Si a ello agregamos las tormentas solares que ocurren cada 11 años, siendo la actual  de intensa magnitud, y las variables vibracionales que genera el cambio de inclinación del eje de la tierra, podemos decir que estamos en un período donde nuestro planeta y su inserción espacial parecen hablar de lo diferente, lo no convencional, lo rápido, lo que avanza y cambia. El tiempo, esa convención humana que nos ordena en el espacio desde nuestra condición dual, parece haberse apresurado, dando la sensación de que todo ocurre más rápido, o que ocurren más cosas en menos tiempo. En realidad todo tiene que ver con la vibración que ha llevado a acelerar el ritmo del planeta y también nuestro ritmo personal, aunque no estemos totalmente preparados para ello.

La llamada resonancia Schumann, o pulso de la Tierra, antes era una constante de 7.8 hertzios, ahora ha subido a 12, y sigue elevándose; se dice que se estabilizará en 13 hertzios, octava superior de frecuencia, iniciando otra etapa de la creación, en una realidad diferente.

¿Qué nos ocurre físicamente, cuando se elevan las frecuencias de luz que recibimos?
Esta nueva energía, esta nueva frecuencia de luz, ingresa en nuestro ADN y lo transforma, pero esto genera caos, inseguridad, inquietud porque el modelo anterior todavía presiona antes de que se pueda manifestar lo nuevo. Y las consecuencias son la fatiga, las oscilaciones emocionales y en algunos casos la imposibilidad de sostener la vida porque el cuerpo ya está deteriorado, es decir, fijado en lo que debe cambiar y no puede hacerlo.

Es en este marco de comprensión donde debemos aceptar y valorar todo lo vivido. Es probable que mucho de lo que nos pasa, mucho de lo que sentimos y asimilamos no se presente con coherencia cartesiana, y así debe ser, porque es nuevo y exige nuevas respuestas. Es aquí donde el mundo de los símbolos nos abren a la posibilidad de encontrar otras definiciones: ver más allá de lo fenomenológico, abrirnos al mundo de la intuición, construir el propósito de lo que consideramos valioso y confiar, sin titubeos, que somos los hacedores de ese mundo nuevo que estamos co-creando. De la intención y certeza que le pongamos a ese propósito plasmándolo en nuestro proyecto personal, generaremos la calidad del modelo de vida en el planeta tierra.

 El desafío es grande, pero vale pena;  implica soltar, arriesgar y sobretodo elegir. Eso es, elegir qué mundo queremos y qué estamos dispuestos a hacer para lograrlo.